"No podría encontrar la verdadera/palabra que trazara tu figura./Y a veces le pregunto a mi amargura:/¿Cómo era, Dios mío, cómo era?"
Esta tarde estuve tomando café con Dios. Quedamos en un local muy fashion en pleno Chueca. Sé que no parece el sitio más ideal para quedar con Dios, yo no soy demasiado asiduo a este tipo de sitios, pero Él opina que Chueca es lo más parecido al paraíso que hay en la tierra y, teniendo en cuenta de quién viene la opinión...
Ya hacía tiempo que no nos veíamos, había olvidado lo impuntual que suele ser... si al menos no hubiera dejado de fumar en Año Nuevo, habría estado entretenido durante la espera.
Por fin apareció, doblando una esquina con paso presuroso, con una pinta de chapero barato con la que era imposible pasar desapercibido... Es lo que tiene Dios, que es imprevisible, puede presentarse como un ancianito adorable o como la reina de las divas...
Me saluda como suele, con un beso en los labios, apenas rozándomelos, semihúmedo, pero con una gran carga de lascivia. Los dos sonreímos y nos metemos en el local, en un rincón que él escoge en el sitio justo. Si algo tiene Dios, es que es un gran esteta, busca el momento, pero también el lugar y disfruta con la belleza tanto de lo natural como de lo artificial.
Parapetados tras un par de capuchinos, uno frente a otro, comenzamos a charlar le cuento mis cosas, cómo me va en el trabajo, los estudios, mi vida en general... y los amores. Él me escucha medio absorto, medio divertido, como si ya no supiese de más y de sobra lo que yo le voy contando...
En el fondo Dios es todo un payaso, siempre está de bromas, "¿No has escuchado nunca lo de la gracia divina, nene?" suele decirme a menudo. Ahora se empeña en que debería de dejar de pensar tanto y abrirme a lo que me viene. "No te cierre, lo mejor está por venir... y ¡está muy bueno!" me dice socarronamente mientras me guiña un ojo.
Nunca deja de sorprenderme. Se ha puesto una melenita, porque sabe que me pierden los tíos con el pelo largo... Pero dejo, de repente, de tener pensamientos lascivos con él, porque, después de todo, sabe en cada momento lo que estoy pensando. Aunque sé que, en el fondo, esto le divierte tremendamente; puede ser compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia... pero tiene un punto vanidoso un tanto exagerado.
Creo que por eso me cae tan bien, porque, en alguien que se presupone perfecto, alivia ver que no sólo no se molesta en no ocultar sus defectos, sino que además los acentúa. Supongo que todo es un divino intento de parecer más humano...
Poco a poco, sin que me dé cuenta, ha acaparado la conversación y ya no hablamos más de mí, sino de Él. Me cuenta que este mundo está cada vez más loco, que cuanto más se enorgullece de su creación, también se avergüenza más de ella.
No le molesta, según me cuenta, que el hombre sea en sí mismo estúpido, que es algo connatural a él, sino que no se moleste en salir de su estupidez. No puede entender por qué nos complicamos la vida con absurdas cargas. Le admira que el hombre intente con tanta ansia alcanzar la perfección, cuando esta es una atribución que no le corresponde más que Él, no hay necesidad de golpearse constantemente contra muros...
Y entre charlas, capuchinos y el humo de algún que otro cigarrillo, Dios y yo echamos la tarde en el café de Chueca... Cuando nos levantamos para abandonar el local, se permite hacer un par de guiños y tirarles sendos besos estilo Marilyn a unos tipos que llevan toda la tarde mirándonos. Yo, desde fuera, semiavergonzado tiro de él sacándolo por completo de la cafetería, mientras Él ríe a carcajada limpia.
"¡Dios, no vuelvo a venir aquí contigo! ¡Te comportas como una loca!" le digo intentando ponerme un poco serio. Pero se limita a contestarme: "Ya sabes, hijo mío, te hice a mi imagen semejanza, en algo tendría que notarse. De todas formas, la próxima vez te toca a ti elegir dónde quedamos".
No puedo más que resoplar divertido y así, entre risas, nos damos otro beso de despedida y con una sonrisa dibujada en la cara, Dios se pierde en la boca de metro.