Y pensar que estarás suspendido del cielo sobre algún punto incierto del Atlántico... y que yo sigo aquí a contracorriente suspendido de no sé qué hilo que me empuja a seguir adelante. Sin ganas de reír, porque me faltas, porque me faltas más que ayer, mucho más que hace un mes y mil veces más que hace cuatro....
Sin ganas de llorar, porque no es mi estilo, porque me he vuelto práctico y pienso que la única forma de no dejarse hundir es seguir luchando, porque no me parece tan trágico que vuelvas al lugar donde te hiciste, donde los tuyos te esperan ansiosos. El lugar que te hizo ser tal cual eras cuando te conocí, que te dió esos ojos tan tenues como hirientes, ese acento que me desarma y ese color de piel que simplemente me descompone.
Y yo aquí pensando, en todo y en nada, desmontando minutos que se tornan ideas. Y tú allí, allá, en el cielo tan claro, que se me vuelve oscuro en mi ofuscada mente, durmiendo con la ayuda de morfeos químicos para hacer soportables las más de veinte horas de avión que te acercan al fin y al principio; al principio de un futuro en blanco en que el que te toca a ti poner días, horas, fechas y lugares, al final de una aventura pueril que se convirtió en un modo de vida, el principo en su estado bruto, donde todo empezo, donde tú empezaste.
Y sin embargo, esta mañana, en nuestra despedida telefónica, me decías que no esperas, sino que estás casi seguro de que nos volveremos a ver. Yo no estoy casi seguro, te lo afirmo categóricamente, no sé cuándo, no sé si aquí, allí o allá, pero yo no voy a desistir del empeño, porque quiero empeñarme en que la vida es injusta, pero que al menos tengo derecho al pataleo.
Y sin embargo, esta mañana, en nuestra despedida telefónica, una de las muchas que llevamos (porque para no gustarnos las despedidas, este trámite se está haciendo entre nosotros algo casi cotidiano), me la has hecho parecer casi definitiva, deseándome suerte y que encuentre a mi chico. Pero mira, qué quieres que te diga... la suerte nunca ha sido mi aliada, cosa que tú no puedes decir, por tu parte, porque como siempre te he dicho, dentro de que las cosas pueden salir de muchas maneras, tú siempre la tienes de cara, si algo te puede salir bien o mal, te saldrá lo mejor posible, y a mí, sin embargo, me pasa todo lo contrario. Quizá esta desincronización nos hace incompatibles. Pero mira, qué quieres que te diga... no sé cómo meterte en la cabeza que a mi chico ya lo he encontrado, no lo busqué demasiado, llegó y se instaló entre mi consciencia y su inconsciencia, hicimos de su vida y la mía una vida nuestra. Y perdimos la batalla, porque teníamos que perderla, porque no se puede vivir tan intensamente, no se puede sentir de esa manera, porque a veces conviene ser más mundano y no perderse en excesos de cuidados y ternuras. Pero esto es tan sólo un batalla y tengo preparados mis mejores armas, cargadas de palabras y de hechos, que estallan produciendo más sonido que la propia pólvora. Porque pienso luchar, porque no pienso derrumbarme, porque me niego a claudicar tan pronto, porque no quiero ser viuda antes de casada, porque no voy a dejarme morir y no voy a renunciar a nada ni a nadie que el destino ponga en mi camino, pero no voy a buscar a nadie, porque, como te decía, a mi chico ya lo encontré y lo disfruté y lo tuve, y ahora vuela muy lejos para encontrar su destino.
Y, sin embargo, esta mañana, en nuestra despedida telefónica, nos quedamos casi mudos recordando vivencias que nos llenaron las bocas y los ojos por igual. Nos dijimos, a corazón abierto y labios cerrados, millones de maneras de sentirnos, tan familiares como cotidianas y a la vez tan nuevas por extrañas... y reímos sin ganas y no lloramos, simplemente por cumplir la promesa de no hacerlo. Y si no fuera porque me estoy curando de mi mal de romántico excesivo, a pesar del riesgo de recaída que me está suponiendo la lectura de "El amor en los tiempos del cólera", prometería esperarte cincuenta años, nueve meses y cuatro días. Pero esto no será necesario, ni para ti, que sueles resolver más pronto que tarde, ni para mí, que la edad me ha borrado la paciencia a fuerza de años y me ha mermado cuerpo para tanta resistencia.
A pesar de que han pasado horas desde que empecé a escribir, sigues volando, cada vez más lejano, más cerca de encontrarte, de hallar ese refugio desde el cual espero que consigas ordenar de nuevo tu destino. Yo, por mi parte, sigo aquí, no aseguro que esperándote, ni siquiera que esperando, pero, al menos, sí añorándote en la ausencia.