"Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?"
Los fanáticos de Coelho dirían aquello de que basta que desees una cosa para que el universo entero conspire para concedértela, o algo así, no recuerdo la cita exacta. Los fanáticos de Murphy, sin embargo, entre los que me encuentro, más bien diríamos que cuanto más desees que algo suceda, más posibilidades hay de que no llegue a pasar jamás y basta simplemente con resignarse y olvidarse del asunto o, mejor aún, que la realidad del asunto ya no aporte apenas nada, para que este devenga en una realidad. Quizá, dejando aparte conspiraciones universales o azares inversamente proporcionales a la voluntad, lo lógico sería hacerle caso a la sabiduría popular y a aquello de que tanto va el cántaro a la fuente...
En fin, el deseo, el asunto, la relalidad, la trama, no es otra que la concesión del Premio Nobel de Literatura 2.010 a Mario Vargas Llosa. Como quiera que, a fuerza de años, el peruano se había convertido en el eterno candidato y ya nadie pensaba que la Academia Sueca se acordaría de él, la noticia nos ha pillado a todos, incluso a él mismo, por sorpresa.
Bien es cierto que, hoy por hoy, Vargas Llosa es un autor lo suficientemente reconocido como para que huelgue otorgarle ningún tipo de premio más. Pero esta concesión es más un acto de justicia que de otra cosa y, seguramente, no se trate tanto de prestigiar al escritor concediéndole el Nobel, como de hacerlo con el premio otorgándoselo a un genio tan indiscutible como Mario.
Leo en la edición digital del periódico El País una "Tribuna" del recién proclamado Nobel, en la que cuenta cómo recibió la noticia y los primeros pensamientos, las primeras reacciones, o más bien, falta de reacciones, ante la buena nueva. En él se dejan translucir, a grandes rasgos, las líneas claves que hacen de Vargas Llosa un genio sin parangón: como son su amor incondicional a la literatura que raya casi en lo místico, en lo religioso, pero siempre desde una óptica muy real, como un trabajador de, pero también por y para, la literatura. Hace un recorrido a su vida, al nacimiento de su vocación, a su deuda con España.
Pero lo que más me ha llegado, ha sido que el Nobel le pilló leyendo. Y le pilló leyendo nada más y nada menos que El Reino de Este Mundo de Alejo Carpentier. Esta gran obra de otro gran autor es justamente donde primero aparaece y se explica el término de "lo real maravilloso" que, aparte de puntualizaciones de la crítica que lo asimilan o no con el "realismo mágico", lo cierto es que, al menos, es el germen que asienta sus bases; las bases de lo que será un elemento indispensable en los autores de lo que se ha dado en llamar el "boom" latinoamericano. Sin Carpentier y su aportación en la citada obra no se podrían entender autores tan reconocidos hoy como Gabriel García Márquez, el propio Vargas Llosa, por citar dos premios Nobel, o la chilena Isabel Allende.
Alejo Carpentier, en su época, también fue una especie de eterno aspirante al Nobel, no tanto quizá como quien nos ocupa, pero algo hubo de similitud. De cualquiera manera, con Don Mario ya se ha echo justicia, por suerte, ni que decir tiene que yo estoy felicísimo de esta concesión, apenas lloro de alegría con él cuando supe de la noticia por un compañero peruano de fatigas vitales. Y quise estar en Lima o en Arequipa por un breve instante para ver como ese Perú tan calmo como jodido gritaba un "qué viva, carajo" a Vargas Llosa.