"Mía: así te llamas./¿Qué más armonía?/Mía: la luz del día;/Mía: rosas, llamas./¡Qué aromas derramas/en el alma mía/si sé que me amas,/oh Mía!, ¡oh Mía!/Tu sexo fundiste/con mi sexo fuerte,/fundiendo dos bronces./Yo, triste; tú triste.../¿No has de ser, entonces,/Mía hasta la muerte?"
Un final es cuando sobran las palabras y faltan las razones. Cuando no significa nada una mirada y un beso suena vacío. Todo final es esto.
Cuando algo se acaba, todo tiembla. Se estremecen los cuerpos en cada adiós. Si todo se derrumba pero a nadie le importa, eso es un final. No es más que esto. Cuando los dos que se quieren simplemente se ignoran, cuando las almas se repelen en lugar de atraerse.
Un día tú y yo vivimos un final. Nada faltó ni sobró, nada dejó de significar o empezó a sonar raro. Simplemente, dejó de haber palabras, razones, miradas y besos. Nada tembló, nada se estremeció ni derrumbó. Ni siquiera nos ignoramos y las almas simplemente se rompieron en pedazos.
Cuando algo se acaba, todo parece yermo. El aire que te envuelve, pesa, huele añejo, se nota enrarecido. Si un adiós remata una historia, mucho más duro se hace hallar el consuelo del olvido cuanto más intensa haya sido esta.
Un final significa cambiar de costumbres, tratar a un confidente como si fuera un extraño. Esto es duro, el camino inverso se anda mucho más rápido. Es, en definitiva, dejar de pensar en plural, singularizarse y volver a encontrase uno mismo.
Durante un tiempo, al menos, parece que todo te da vueltas, después te invade la nostalgia y, finalmente, se desemboca en la agonía de la rutina. Un adiós es triste por definición, superable por suerte, necesario por desgracia... nadie está completo hasta que ha dicho adiós.
Hay gente que se engaña, un final siempre es definitivo. Si no, es una parada, un punto y aparte, un respiro. La gente que ha vivido esto, no ha vivido un final.
De todas formas, siempre nos queda un consuelo. Un fin es siempre secuela de un principio y sólo un punto de todo un período. No valen excusas ni lamentaciones, porque un final siempre se intuye. Un final, al final, sólo es cuestión de tiempo.
Porque un final puede ser sorprendente, puede ser inesperado, predecible, incluso puede ser abierto. Pero es final al fin y al cabo. Todo acaba, menos lo eterno. Pensarás que es una tautología. Y es cierto, lo es. Sin embargo, tu risa puede convertirse en escalofrío, pues lo eterno, al fin y al cabo, nunca se ha demostrado.
He de ser consecuente, por lo tanto; por no contradecirme, doy fin a este relato. Estoy confundido, ¿es este un final feliz o triste? Qué más da, es un final.
Cuando algo se acaba, todo tiembla. Se estremecen los cuerpos en cada adiós. Si todo se derrumba pero a nadie le importa, eso es un final. No es más que esto. Cuando los dos que se quieren simplemente se ignoran, cuando las almas se repelen en lugar de atraerse.
Un día tú y yo vivimos un final. Nada faltó ni sobró, nada dejó de significar o empezó a sonar raro. Simplemente, dejó de haber palabras, razones, miradas y besos. Nada tembló, nada se estremeció ni derrumbó. Ni siquiera nos ignoramos y las almas simplemente se rompieron en pedazos.
Cuando algo se acaba, todo parece yermo. El aire que te envuelve, pesa, huele añejo, se nota enrarecido. Si un adiós remata una historia, mucho más duro se hace hallar el consuelo del olvido cuanto más intensa haya sido esta.
Un final significa cambiar de costumbres, tratar a un confidente como si fuera un extraño. Esto es duro, el camino inverso se anda mucho más rápido. Es, en definitiva, dejar de pensar en plural, singularizarse y volver a encontrase uno mismo.
Durante un tiempo, al menos, parece que todo te da vueltas, después te invade la nostalgia y, finalmente, se desemboca en la agonía de la rutina. Un adiós es triste por definición, superable por suerte, necesario por desgracia... nadie está completo hasta que ha dicho adiós.
Hay gente que se engaña, un final siempre es definitivo. Si no, es una parada, un punto y aparte, un respiro. La gente que ha vivido esto, no ha vivido un final.
De todas formas, siempre nos queda un consuelo. Un fin es siempre secuela de un principio y sólo un punto de todo un período. No valen excusas ni lamentaciones, porque un final siempre se intuye. Un final, al final, sólo es cuestión de tiempo.
Porque un final puede ser sorprendente, puede ser inesperado, predecible, incluso puede ser abierto. Pero es final al fin y al cabo. Todo acaba, menos lo eterno. Pensarás que es una tautología. Y es cierto, lo es. Sin embargo, tu risa puede convertirse en escalofrío, pues lo eterno, al fin y al cabo, nunca se ha demostrado.
He de ser consecuente, por lo tanto; por no contradecirme, doy fin a este relato. Estoy confundido, ¿es este un final feliz o triste? Qué más da, es un final.