martes, noviembre 07, 2006

CAMBIO DE GUARDIA

"[...] y monstruo humano me nombres,/entre asombros y quimeras,/soy un hombre de las fieras,/y una fiera de los hombres[...]"

La luz me ciega. En este instante sólo veo nubes. Da igual, veo nubes. No me toques, estoy tratando de ubicarme. Ahora que me he incorporado reconozco la cubierta del barco. Así que al final conseguimos llegar a tiempo al puerto y hemos tomado el dichoso barco.
Siempre terminas saliéndote con la tuya, maldito bribón, pero yo vengo preparada para el desastre. No conseguirás ponerme un dedo encima. Estoy cansada de todo lo que he tenido que aguantarte durante años por tan sólo haber cometido el error de darte un sí quiero.
Me duele la cabeza, me palpitan las sienes y sospecho por qué. Por suerte o por desgracia no tengo un espejo a mano para comprobarlo, pero te conozco demasiado bien. Tranquilo, no tengo prisa, he aguantado mucho tiempo y no pienso estropearlo todo por la precipitación. Pero ya te adelanto que embarcarme a la fuerza en este maldito crucero ha sido el peor error de tu vida.

Al principio pensé que con paciencia podría superarlo, pero cuando naces siendo una bestia asesina, no hay nadie que te pueda hacer cambiar. La primera vez me cogió de sorpresa y no supe reaccionar. De lo contrario habría sido la última, lo sabes tan bien como yo. Pero como no lo atajé el terror hizo presa en mí. De ahí en adelante tenías campo abierto.
Con tu lengua venenosa me hiciste creer que todos los golpes te dolían más que a mí. El castigo era para ti, pero te veías obligado a hacerlo. Incluso llegué a tragarme ese estúpido cuento de que era yo con mi comportamiento lo que provocaba tu ira.
Ese fue el principio de la anulación. Dejé de ser persona para ser objeto, comencé a ser una autómata que actuaba según el patrón de lo que tú entendías como una vida ordenada. ¿Y todo para qué? Para tenerte contento, para hacerte feliz y para que esa felicidad revirtiera en mí. No quería hacerte enfadar para que no tuvieras que pasar por el mal rato de darme otra paliza.
Pero cuando aquel día me agarraste el cuello sin que el aire pudiese llegar a mis pulmones, todo cambió. No me atreví a preguntarte por qué habías tenido esa reacción nada más cruzar la puerta de nuestra casa, por no hacerte enfadar más. Desde entonces vinieron más golpes sin motivo. Pero para tranquilizarme, de nuevo te hiciste la víctima ante mí.
Después de cada episodio te cuidabas bien de curarme cada una de las señales que dejabas en mi cuerpo, cada moratón, cada magulladura, la repasabas con amorosa afición, como si yo estuviera viviendo mi particular pasión, mi propio descendimiento de la cruz. Después me embotabas la cabeza con esas falsas promesas de arrepentimiento y de no volver a hacerlo.
No eran falsas porque no te las creyera en el momento. Después de cada atentado estaba convencida de que era el último. Pero mis ilusiones se volvían falsa realidad tarde o temprano, pues volvías a ponerme la mano encima sin ningún tipo de miramiento. Cada vez era más frecuentemente, por cierto, porque ya no necesitabas buscar excusas en mi comportamiento, con las estúpidas promesas me valía.
Y yo me agarraba a la esperanza de que cambiarías, de que tú no eras así, que era una mala racha. Que volvería a encontrarme con ese hombre dulce que me conquistó, ese tipo genial que cae bien a todo el mundo y que es la envidia de todos. Menudo diamante negro, ojalá no hubiera tenido nadie que cargar con esta joya maldita.
Tu madre también me ayudaba a seguir afrontándolo, dale otra oportunidad, seguro que no ha sido para tanto, aguanta hija, que todos los maridos nos ponen la mano encima. Señora, eso es denigrante, nadie tiene que poner la mano encima a nadie; pero a mí su hijo me ha puesto la mano, el pie, algún que otro jarrón y hasta un cuchillo.
Y, aún así, seguí pensando que la mala racha pasaría. ¿Mala racha? Esta está durando ya veinticinco años.

Ya se ha hecho de noche, espero que hayas disfrutado del barco, porque pronto vas a despedirte de él; me has hecho un favor pasándote la noche de borrachera en el bar. Y del mundo. Justo en el cambio de guardia pienso empujarte por la borda y desaparecer rápidamente, como lo hicieron mi orgullo y mi amor propio.
No tengo nada que perder. Si todo sale bien, terminarás muerto y yo podré ser libre al fin. Pero si a alguien se le ocurre gritar aquello de “hombre al agua”, terminaré con mis huesos en la cárcel, dónde al fin y al cabo, estaré a salvo de tus manos asesinas, no me parece un final tan trágico. En cualquier caso, espero que el agua del frío océano sea capaz de purificar la maldad con la que me has infringido cada uno de esos golpes.

5 comentarios:

Vade Retro dijo...

Me encanta tu pluma ( la literaria y cualquiera )
Un abrazo cielo y gracias por el poema que me regalaste ;-)

Xuan dijo...

Has descrito con mucho realismo, el infierno por el que muchas mujeres caminan solas.

Saludos desde la Fortaleza

RAIKO dijo...

De nada, guapa, gracias por el piropo... me mimas tanto visitándome todo los días... desde este rincón se te quiere, un beso y una sonrisa ;-)
Oren, si esto sirve para sensibilizar mínimamente a alguien, ya es todo un logro, un saludo.

Anónimo dijo...

Cruel relato pero lamentablemente muy real. Ojalá nadie diga "Hombre al agua"
Ya que te gustan tanto los abrazos te mando otro. Yo también soy muy "abracera"-

RAIKO dijo...

Querida Bettina, ojalá esto fuera un relato de ficción, pero me temo que es una historia demasiado cotidiana. El lenguaje de los abrazos me resulta fascinante, aprovecho para darte otro.